Flaco, muy flaco.
Olvide decir… el hombre.
El guerrero.
Atraviesa bosques, no se delata.
Atraviesa edificios, no se delata.
Atraviesa ventanas, no se delata.
Atraviesa multitudes, no se engatusa.
¿Qué es insignificante?
¿Qué, portentoso?
El signo desaparecido.
Al Pacino como Diablo grita: “Desapercibido”.
Yo, infantilidad.
Yo, impulso.
Yo, inexactitud.
Poder, ¿Estas ahí?
Sombras de la noche. Residuos de personas.
El signo ha aparecido…
construido.
Mis ojos, pantalla de televisor, engañados por la simpleza.
¿Y yo soy inteligente?
Una piel aurea revela su intensidad escarlata.
Maldición.
Nietzsche queda corto.
Fantasía, sin embargo.
Espejismo, sin embargo.
Y, sin embargo,
el hombre de perfil permanente, crea.
Minucioso, crea.
Sorprendente, crea.
Calculador, crea.
Lucido, crea.
Emocionado, crea.
Escéptico, presencio.
Sorprendido, presencio.
Conflictuado, presencio.
Rabioso, presencio.
Mi contención estalla.
Esquirlas de sangre y hueso.
Relámpagos, truenos.
Huracanes.
Ciclones y tempestades.
Toda la madreselva arrancada de su piel.
Despellejada. ¿Imaginan?
El árbol más robusto muere en cuatro.
Mi hermano quijotesco, enjuto. Observa.
El viento primaveral apenas ha estremecido las hojas secas.
Y los pequeños insectos.
Me enseña las manos, líneas inalcanzables.
Escultura entre sus artefactos.
Ésta, mi emoción.
Carbón para su fuego.
Que es mi fuego.
Que es nuestro fuego.
La noche nos congela.
Su cigarrillo en alto.
El animal al que la noche no podrá vencer.
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