Su percusión latente golpea mis cuatro paredes.
Instantes de detenimiento.
Contra el movimiento se me antoja la pausa.
Los gruñidos se escuchan superpuestos,
mientras la muchacha grita desenfrenada.
De lejos creo oírlo llamándome,
esa falda desde la que grita
siempre necesita ayuda.
Los sonidos no desaparecen,
aumentan.
A fuerza de oírlos me he acostumbrados a su bullicio.
Pero,
hay ruidos que asustan.
Los demonios más perversos viven en el interior.
El sonido y la meditación.
La imagen es la de una quietud silente.
Silente, pero ¿posible?
Dentro de mi sagrada caverna nace un aullido insistente, aterrador.
Un zumbido potente, agudo, penetrante.
En mi soledad oscura,
poseído,
un taladro perfora mi calavera.
No sé decir si este es un encerramiento primero
o quizás es un encerramiento último.
Ineludible eso es.
Empecinado eso es.
Elegida la senda
sólo queda seguirla, caperuza.
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